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La novatada que terminó en bukake gay

La novatada que terminó en bukake gay

Tenía 18 años y apenas acababa de aterrizar en Madrid para estudiar en la universidad. Lo típico: chico de pueblo, nuevo en la ciudad, ¡a una residencia de estudiantes hasta que haga amigos para mudarse a un piso compartido! Muchos reniegan de estas residencias y, sobre todo, de las tradicionales novatadas que cada año se celebran en las calles más universitarias de la capital de España. Yo no, todo lo contrario. Aunque mi año de residencia fue fugaz, guardo en la memoria excelentes recuerdos, como el día en que un grupo de machotes veteranos me puso de rodillas y me metieron por el culo hortalizas de distinto grosor hasta que se corrieron todos, uno por uno, en mi boca. El mejor bukake gay de mi vida.

No sé a santo de qué esos chicos decidieron castigarme con sus lefas, pero consiguieron el efecto contrario. De hecho, a muchos de ellos aún hoy, aunque tengan novia y algunos estén casados, me los sigo follando a hurtadillas, cuando sus mujeres están aún en el trabajo o haciendo compras para la casa.

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El juego consistía en que los veteranos, escogían un buen número de chicos recién llegados a la residencia. Fingían un secuestro, entre gritos de “¡Novatadas!” y recuerdo que nos sacaron a una calle adyacente al edificio que nos hospedaba. Nos dejaron en calzoncillos y nos propusieron hacer carreras de media distancia. En una tanda de 3, el que peores posiciones hubiera cosechado, perdía. Por aquel entonces aún tenía el culo virgen.

Sin embargo, tras vitorear mi nombre en numerosas ocasiones, me dijeron que, por perder, tenía que ir con ellos a la habitación de un veterano y me dirían cuál sería el castigo. Una vez allí, me arrancaron la ropa interior que me protegía y me pusieron a cuatro patas, azotándome. Aún no sabía qué coño había en todo aquello que me estaba poniendo tan cachondo. Zanahorias, y pepinos comenzaron a meterse en mi ano mientras todos ellos me mostraban sus enormes pollas pajeadas. Se acercaban incluso a mí para darme en la boca con ellas cuando gemía. “Cállate”, me decían.

Llegó incluso el momento en que deseaba que esos pepinos fueran sus propias pollas follándome el culo a pelo, pero cuando ya estaban a punto de correrse todos hicieron un círculo; yo en el centro, y me dijeron que abriera la boca y que sacara la lengua. Obedecí y comencé a saborear semen. Una experiencia inolvidable, un bukake gay que pasará a la historia de mi vida por lograr pervertirme para siempre.

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